Una cosa me pasa todas las mañanas: despierto con una sensación de bienestar y gusto, agradeciendo el nuevo día, pero este sentimiento se ensombrece ligeramente al recordar que aún estamos en estado de calamidad; es decir, el virus sigue allí. No es que espere a que desaparezca, pero sí quiero que ya no sea una amenaza. Digo ligero ensombrecimiento, porque siento una pequeña decepción y mezclada con ella, de forma instintiva y por adelantado, la paz de que ya lo peor ha pasado. No lo sé explicar bien. Se me amelcochan dos vertientes una de esperanza y otra de realidad. Siento impaciencia también, pero eso creo que es mi estado general.
Una de las sensaciones primeras fue de esperar indicaciones. Creo que todos estábamos expectantes por alguien que nos dijera qué hacer. Los gobernantes y autoridades lo hicieron a sus naciones, y continúan dictando lineamientos generales, pero creo que en el fondo el deseo de cada uno es que nos marcaran nuestro camino individual. Al menos tuve esa sensación: de escuchar a alguien que supiera qué hacer y que me dijera que todo iba a estar bien. No sabía qué era lo correcto en mi trabajo, sobre todo que soy cabeza de un equipo y me sentía con la responsabilidad de toda mi gente. Muy confundida. Luego, qué hacer en mi casa. ¿Qué es lo adecuado? ¿lo correcto? ¿qué es lo más conveniente para mí? Y entonces me llovían preguntas por todos lados, de familia, amigos, colegas y de mi interior, reclamando, respuestas.
En mi caso, en cuanto a mis preguntas, llegué a la conclusión de que es porque no estoy acostumbrada a escucharme, y, hasta que lo hago, suelo saber qué es lo que más me conviene verdaderamente, y pocas veces me he equivocado. Sí, tengo esa voz interior que me marca el paso y que lleva la batuta, el problema es que susurra cuando lo que necesito son gritos, pues el bullicio de la rutina, me la ha ido opacando. He aprovechado estos momentos de aislamiento para hacerme las preguntas directas: ¿qué es lo que quiero? ¿qué pienso? ¿qué siento? Y también en el aislamiento me escasean las respuestas, al menos inmediatas, pero veo como poco a poco se desvanecen las capas y va resurgiendo la voz de mi yo, que empieza a hablar libremente.
Por fin me voy conociendo y quien diría que necesitaba una pandemia para hacerlo. No todo es negativo, pues aunque duela el proceso, ¡qué bonito es reinventarse!
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